A 5 minutos andando de nuestro hostal arranca una escalera de piedra junto a una profunda grieta en el terreno. Uno de los lados se ha elevado unos 20 metros por encima del otro dejando una herida en la roca volcánica que la vegetación no ha conseguido ocultar. En lo alto de la escalera está la caseta del guarda donde hay que registrarse para ir a Tortuga Bay. Desde allí hay 2500 metros hasta la playa “brava”, solo para surfistas, y quizá 1000 metros más hasta la playa “mansa”. Son las ocho de la mañana, el camino empedrado está abierto de 6 de la mañana y nos cruzamos madrugadores que ya vuelven con sus tablas de surf bajo el brazo. El trayecto atraviesa un bosque de opuntias, manzanillo y matorrales y puede ser duro bajo el sol pero la recompensa lo vale.
Kusi Kawsay (Pisac, Perú)
Subimos poco a poco por una amplia escalera de piedras. Llevo a Bruna fent l’enxaneta (a caballito) y el peso, la altura y la falta de oxígeno me hacen resoplar. Sílvia y Jana suben cogidas de la mano para evitar que alguna de las dos se quede atrás. Detrás nuestro queda cada paso un poco más lejos el famoso mercado de Pisac, aún casi vacío de turistas.
A unos 100 metros del principio de la escalera hay un pequeño camino a mano izquierda que serpentea entre los matorrales. Tan solo una pequeña inscripción pintada en blanco sobre una piedra en el suelo indica a dónde lleva: Kusi Kawsay, literalmente “Vivir Feliz” .
La laguna de las Ninfas
Las tardes en Puerto Ayora suelen ir acompañadas de un paseo. A escasos metros de nuestra pensión se encuentra la Laguna de las Ninfas, un lugar encantado, según los isleños, que supone un delicioso paseo entre manglares alrededor de la laguna.

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Re-encontrándonos con Darwin en Puerto Ayora
Nuestra llegada a la isla Santa Cruz, la Indefatigable, ha supuesto también nuestro reencuentro con Darwin. Seguimos sus pasos y los del Beagle desde Tierra del Fuego hasta Chiloé, y aunque él -al igual que nosotros- también transitó por las áridas tierras de Arequipa en Perú, la verdad es que por aquellas latitudes no le prestamos mucha atención.
Llegar a Puerto Ayora ha supuesto para todos un entrañable reencuentro con Charles. Las niñas hablan de él como si fuera un abuelo que les explica cosas interesantísimas sobre animales y plantas. Han vuelto a gritar ¡Darwin, Darwin! por las calles cada vez que nos cruzamos con alguna de las muchas imágenes suyas que encontramos por la ciudad.
¡Volamos a las Galápagos!
En un viaje como éste lo importante es el camino. Pero pasa que el camino va desvelando lugares y personas, algunos por sorpresa, otros esperados, y aún otros soñados desde hace meses, sinó años.
Una piedra en el camino
Los niños no saben estarse quietos. Están continuamente probando su sentido del equilibrio, cambiando de postura para ver mejor o apoyándose en cualquier sitio para llegar más alto. Y de vez en cuando se caen.

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Hola Vida
Continuamos instalados en Puyo, la puerta a la selva amazónica y las opciones de excursiones son múltiples. Sin mucha reflexión previa optamos por una incursión a la cascada Hola Vida. Debemos aproximarnos en taxi puesto que el único bus de la mañana pasa a las 6 a.m. Sin duda la vida aquí transcurre de sol a sol, todo el mundo se activa muy muy temprano y a partir de las 19h las calles oscuras se vuelven desérticas. El trayecto en coche se hace eterno. El conductor no encuetra el desvío donde empieza el camino a la cascada y Jana se desespera, con cada nueva curva, nuevo mareo. Cae un diluvio espectacular pero el taxista nos anima a seguir adelante: “aquí el tiempo es así, seguro que se arregla”.
Cuando por fin bajamos del auto, el sol brilla imponente y en el cielo azul no hay rastro alguno de la tormenta. El canto de las cigarras confirma el pronóstico de calor y buen tiempo.
Tomamos una pequeña senda que se adentra en la selva y nos enamoramos del paisaje al instante.

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Puyo, la puerta a la selva amazónica
A unos setenta minutos de curvas de Baños está Puyo, capital de la provincia de Pastaza, en el Oriente ecuatoriano, donde empieza la selva. Puyo viene de “phuyu”, que significa “nube” en kichwa (así dicen y escriben “quechua” aquí). La sierra queda lejos y el cielo es inmenso y siempre lleno de nubes. Aquí diluvia y a los 10 minutos sale un sol abrasador que convierte la ciudad en un concierto de cigarras. Las aceras están invadidas de musgos y plantas. En los jardines hay plataneros y árboles de guabas y a quien se despista un poco le crecen lianas. Las casas, como en todo el Perú y Ecuador, parecen a medio construir, con columnas de hormigón armado sobresaliendo de los terrados, no sabemos si como previsión de una ampliación futura o como exceso de confianza en los planes iniciales.
Baños, negocios, grafiteros, la virgen y un didjeridoo
Los días en Baños pasan tranquilamente. Dibujando en la terraza del hostal, paseando por el centro de melcochería en melcochería, probando unos chochitos con cuero, visitando el café Vieira (en Martínez con Halflants) para tomar un delicioso caffe latte nosotros o una leche caliente con chocolate la niñas.
Baños, va de animales
En Baños y alrededores hay multitud de lugares que visitar y cosas a hacer. Las decenas de negocios de deportes de aventura que ocupan la ciudad dan fe de ello: rafting, canoying, canoping, visitas a cascadas, cuadrones, bicicleta, barranquismo, puenting,… Pero realmente pocos de ellos son aptos para niños y hacer una visita guiada de 3 horas en chiva (unos minibuses abiertos) para ver 5 cascadas, por muy bonitas que sean, no se nos antoja como un gran plan.
El primer día intentamos sacar el máximo provecho de un sol que los pronósticos indicaban como escaso durante toda la semana, pero al día siguiente volvió a amanecer soleado, y al otro, y al otro. Así que preguntamos dónde podríamos ir y nos recomendaron el Parque de la Familia y el Zoológico.


















