Un fuerte golpe nos despierta a todos. La luz del nuevo día ilumina el interior del salón dormitorio del Yaghan, el transbordador que realiza el trayecto desde Punta Arenas a Puerto Williams. Los pasajeros se desperezan, algunos miran por las ventanas el espectáculo del exterior, otros ya se preparan para salir a cubierta. Chaquetas de colores, anoraks, guantes, gorros,… los más impacientes ya salen por la puerta de popa.
Unos minutos más tarde salgo a cubierta. El paisaje es espectacular. Sin duda el más espectacular que yo nunca haya admirado. Transitamos por un paso relativamente estrecho, rodeados de montañas verduzcas culminadas en cimas rocosas y nevadas. Por sus faldas múltiples riachuelos se convierten brevemente en blancas cascadas antes de volver a ser simples riachuelos. El agua es de un azul oscuro casi negro, espesa. El oleaje no parace importante, pienso que de nuevo debemos estar en una zona protegida del océano. Las olas, igual que las montañas que nos rodean, están coronadas por espuma blanca.
La impresión de estar en territorio virgen, inexplorado, se cuela por mis sentidos a pesar del ruido del motor y la vibración del metal bajo mis pies. De nuevo mi mente se maravilla por esos exploradores del pasado, que navegaron estas aguas con igual asombro pero conocedores, ellos sí, de que se hallaban más allá de su mundo, en un territorio que no salía en sus mapas, infinitamente lejos de su casa. No sé pensar en ninguna otra epopeya humana semejante, ni siquiera la conquista de la Luna. Al menos los astronautas podían hablar con casa por radio.
Estamos a punto de entrar en el Canal Ballenero. Una foca, pequeña y negra, me da los buenos días. Estoy feliz. Naturaleza en estado puro. Nos acercamos a la Cordillera de Darwin. Una cadena de montañas nevadas que quedan a nuestra izquierda. Impresionante. Después viene el Canal Beagle, con sus enormes ventisqueros y glaciares de un hielo azul profundo. Me quedo un rato más. Hace bastante más frío que anoche, cuando navegábamos por el Paso del Hambre, junto al Fuerte Bulnes y el faro de San Isidro. No llegué a ver la inmensa cruz que marca el cabo Froward, el punto más al sur del continente, escondida hacia poniente entre las sombras del anochecer. Hace bastante más frío, pero me quedo un minuto más.
Un poco más tarde salimos los cuatro a cubierta. Las ventanas se quedan pequeñas para mostrar tanta inmensidad. Sigue haciendo frío pero ya no tanto. Toni nos detecta -por el acento- y nos saluda en un mallorquín bien marcado. Nos felicita por el viaje en familia. Contempla las niñas y se sienta con nosotros a conversar un rato. Le vamos reencontrando, dentro y fuera del barco. Charlamos. Viaja aparentemente solo. En realidad, va acompañado de las cenizas de su hijo, Toni. Murió hace un año, en plena adolescencia, después de una larga enfermedad. Apasionado de la vela desde niño, el Cabo de Hornos era admirado como destino de grandes hazañas. Sólo unos pocos marineros conseguían travesarlo. Tal hito les hacía merecedores de un pendiente en la oreja. Toni lleva cerca de allí a su hijo mediano para que permanezca para siempre. El capitán del barco le ha dado permiso para depositar las cenizas en el Canal Beagle durante la próxima madrugada. De repente, un adolescente desconocido y su padre otorgan una trascendencia diferente a este viaje.
"Más allá del fin del mundo. Viaje tributo." por Sin piedras en los bolsillos (familia Bosch-Pérez) se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Jana y Bruna han sido en mi estancia en Puerto Williams la alegria, la risa, la ternura y jugar mucho con ellas. Guardo con cariño vuestros dibujos.
Toni, felices de haber coincidido en estos momentos tan significativos de nuestras vidas. Puerto Williams, Puerto Toro y las aguas del Beagle serán especiales para siempre también para nosotros. Les nenes parlen de tu i es miren encantades els teus dibuixos i escrits a la llibreta. Petonet.
Quins paisatges! Això sí que és un bon despertar