Liberar el lastre. Retomar el vuelo.

¡Volamos a las Galápagos!

En un viaje como éste lo importante es el camino. Pero pasa que el camino va desvelando lugares y personas, algunos por sorpresa, otros esperados, y aún otros soñados desde hace meses, sinó años.

Si estamos en abril, este avión nos lleva a las Galápagos!

Si estamos en abril, este avión nos lleva a las Galápagos!

Salimos el martes a las 9 de la noche de Puyo en bus después de haber visitado la noche anterior uno de esos lugares en los que te encuentras por sorpresa: el Hospital General de Puyo. El accidente de Bruna nos obliga a hacer todo el trayecto a Puerto Ayora de seguido, en vez de pasar una noche en Guayaquil como teníamos planeado. Por suerte las niñas caen rendidas nada más sentarse en el bus y solo Sílvia y yo sufrimos las curvas entre Puyo y Ambato. A partir de Ambato tomamos la Panamericana y el viaje es mucho más tranquilo. Nos dormimos con las mochilas de mano entre las piernas.

A media noche nos despertamos en Riobamba. Hace frío. Sílvia se tapa completamente con la chaqueta y se vuelve a dormir con Bruna encima. Yo abrigo a Jana con lo que puedo y la apoyo contra mi pecho rodeándola con el brazo. Fuera el acompañante del conductor grita “¡Guayaquil!” buscando clientes en el paradero.

Cuando me vuelvo a despertar estamos en una avenida ancha, flanqueada por naves industriales y negocios aún cerrados que muestran signos de haber vivido tiempos mejores. No hay gente en la calle pero sí algo de tráfico. Miro el móvil y son cerca de las 4 de la madrugada. Conecto el GPS y espero unos segundos a que la flechita azul me diga que estamos a punto de cruzar el río Guayas. Llegamos a Guayaquil.

En la terminal de autobuses hay bastante movimiento para ser la hora que es. Mucha gente duerme en las diferentes salas de espera. También hay muchos agentes de seguridad. Después de pasar por los baños nos acercamos a una de ellos con una pregunta ridícula: “¿Es fácil y seguro llegar al aeropuerto andando?”. La mujer me mira espantada: “¡NO! ¡Llega usted desnudo! ¡Usted y su familia!” Me dice mirando a las niñas. De acuerdo, suficientemente convincente. Vamos a la parada de taxis y pagamos 4 dólares por que nos lleve al aeropuerto, que está a apenas 500 metros.

De madrugada, esperando en el aeropuerto de Guayaquil. Aquí no hay quien duerma

De madrugada, esperando en el aeropuerto de Guayaquil. Aquí no hay quien duerma

El aeropuerto hierve de actividad. Las colas de check-in de vuelos domésticos están llenas de ejecutivos en viaje a Quito. Es su propio puente aéreo. Nosotros tenemos que hacer tiempo hasta que abran la oficina del Instituto Nacional Galápagos (INGALA) para obtener, previo pago de $20 por cabeza, la Tarjeta de Control de Tránsito (TCT), obligada para entrar en Galápagos. Para los interesados, hay que hacer un pre-registro que nosotros hicimos cuando aún estábamos en Chile.

Las Tarjetas de Control de Tránsito... un paso más cerca

Las Tarjetas de Control de Tránsito… un paso más cerca

Hecho el trámite pasamos el check-in y desayunamos algo en la zona de pre-embarque, aunque la oferta no es mucha y sí cara. Pero nos es igual. Ya notamos ese cosquilleo indeterminado, esas ganas de saltar. Ni siquiera nos importa lo más minimo cuando informan que nuestro vuelo saldrá con 40 minutos de retraso porque el avión que nos ha de llevar aún está en Quito.

Haciendo tiempo en la zona de pre-embarque

Haciendo tiempo en la zona de pre-embarque

Cuando por fin subimos al avión Jana y Bruna están que se salen. Van explicando al resto de pasajeros que van a las Galápagos, como si sólo fueran ellas. Pero al final el cansancio del viaje se cobra su precio y caen las dos rendidas encima de Sílvia. A nosotros nos sirven un pequeño tentempié que devoramos y después nos fumigan, cosas del protocolo de prevención de entrada de especies no deseadas a las islas. Jana y Bruna duermen hasta que desde las ventanillas del avión se divisan unas manchas verdes sobre el infinito azul del océano.

Agotadas sobre mamá

Agotadas sobre mamá

¡Fumigados!

¡Fumigados!

Sobrevolando las Galápagos

Sobrevolando las Galápagos

Un calor asfixiante nos golpea al encarar las escaleras que nos dejan a pie de pista en el aeropuerto Seymour de la isla de Baltra (o Seymour Sur). Nos sentimos un poco ridículos con nuestras chompas (chaquetas) puestas y los impermeables bajo el brazo. Miramos a nuestro alrededor y no vemos un solo árbol a excepción de los plantados junto al edificio del aeropuerto. Baltra es un desierto de matorrales y cactus. Debemos pasar el control de acceso y pagar las tasas de entrada ($100 cada adulto, la mitad las niñas). Somos de los últimos de la cola y tardamos una media hora en poder recoger nuestras maletas.

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Un nuevo control de equipaje y nos subimos a un bus de TAME que nos lleva al embarcadero que hay al sur de la isla. En el bus un guía explica a su grupo que deben darse prisa y no separarse al bajar del bus. Así que cuando éste para bajamos todos en tropel buscando subir a una de las barcazas que cubren los quizá 500 metros que separan Baltra de Santa Cruz. ¡Tan rápido bajamos y tanta es la emoción que nos dejamos las maletas en el bus! Por suerte otro guía (empezamos a darnos cuenta que aquí casi todo el mundo va con un guía) las había bajado y después de un par de malentendidos conseguimos situarlas en lo alto de la barcaza, preparados para cruzar el canal.

El pequeño embarcadero de Baltra

El pequeño embarcadero de Baltra

El azul y verde turquesa del mar nos quita el aliento.  En lo alto una silueta negra planea sobre nosotros, solo más tarde hemos aprendido a identificarla como una fragata. Un cangrejo negro camina de lado por la pared de roca volcánica del embarcadero. Vemos un grupo bañándose a lo lejos, al otro lado del canal,  aparentemente sentados en el agua a varios metros de la costa.  Las palabras de Myriam nos vienen a la cabeza: “Aneu a flipar!”.

 

¡Qué ganas de meternos en el agua!

¡Qué ganas de meternos en el agua!

En la barcaza que nos lleva a Santa Cruz... a nosotros y a las maletas

En la barcaza que nos lleva a Santa Cruz… a nosotros y a las maletas

Cruzamos. Una vez en Santa Cruz quedan 40 minutos hasta Puerto Ayora por una carretera que corta en línea recta el norte de la isla atravesando un bosque bajo pero espeso. Viajamos en los asientos de delante y los cuatro miramos con los ojos muy abiertos a través de la luna del autobús. Casi no nos lo podemos creer. ¡Ya estamos aquí!

Directos a Puerto Ayora

Directos al paraíso

Licencia Creative Commons
"¡Volamos a las Galápagos!" por Sin piedras en los bolsillos (familia Bosch-Pérez) se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
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2 comentarios

  1. Maria's Gravatar Maria
    15 de abril de 2015    

    Hauria tingut “guasa” que després de no perdre cap maleta en cap avió, l’haguéssigu perdut ara en un canvi d’autobís!!

    Impacient per veure les fotos de les Galápagos. I llegir les vostres històries! Ens heu transmès aquestes ganes de visitar les Galápagos.

    petonets primaverals (aquí també comença a fer bo)

    maria

    • 17 de abril de 2015    

      Sí, sí. Però és que estem despistats. També ens vem deixar els impermeables a l’autobús que ens portava a Puerto Ayora i ahir els banyadors a la platja!

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