Metidos en una minivan en un aparcadero de la calle Pavitos esperamos impacientes a que el conductor llene la furgoneta para partir dirección Ollantaytambo, en el Valle Sagrado. Ha sido una mañana de prisas y esperas. Arriba y abajo cerrando (y pagando) todo lo que necesitamos para visitar el Machu Picchu, una de las siete maravillas del “mundo moderno”.
Después de 90 minutos, 100 kilómetros, un pequeño accidente (nuestro conductor le voló el retrovisor izquierdo a otro minibús) y 10 soles por asiento llegamos a la única población del mundo donde la gente aún vive en las misma casas que ocuparon los incas desde Pachacútec a Manco Inca Yupanqui, líder de la resistencia contra los españoles una vez caído Atawalpa.
Caminar por las cuadriculadas y empedradas callejuelas de Ollanta (como dicen aquí) es toda una experiencia. El pueblo originario fue conquistado y destruido por Pachacútec (el mismo que está en fibra de vídrio en la Plaza de Armas de Cusco) y después reconstruído con un ingenio arquitectonico sin precedentes. Cimientos de rocas perfectamente engastadas, enormes dinteles de piedra sobre puertas trapezoidales, canalizaciones que aún hoy llevan agua fresca de la montaña a las casas…
Nos alojanos en el hostal Ollantaytampu, junto a la ruidosa corriente del Patakancha, pocos metros antes de unirse al salvaje Urubamba. Allí su propietario nos da una clase magistral de historia del Perú desde la revolución agraria del 69. Nos vamos pronto a dormir, al día siguiente a las 7 cogemos el tren hacia Aguas Calientes.
Muchos (o quizá sean pocos) pretenden que el Machu Picchu sea simplemente un negocio. Y casi lo consiguen. PeruRail o Consettur se lucran a expensas del visitante ilusionado, cobrando precios de náusea por servicios mediocres. 130 dólares por 140km de tren, 24 por 20 minutos de bus. Hay otras formas de llegar a Machu Picchu pero a menudo implican 6 o más horas en furgoneta por carreteras peligrosas, con frecuentes deslizamientos de tierras en esta época, y después varias horas de caminata. De eso se aprovechan empresas peruanas, inglesas y chilenas, que monopolizan el trayecto y siguen expoliando el oro del inka.
El viaje entre Ollanta y Aguas Calientes son casi dos horas. El tren se mece como si fuera un barco sobre unas vías estrechas y antiguas, siguiendo el curso de un desbocado Urubamba. Después un bus de Consettur nos sube por 10 minutos de curvas y nos deja en el control de entrada a la ciudadela. Desde allí solo hay 100 metros de subida a pie.
Es muy difícil describir el Machu Picchu. Las imponentes montañas, las piedras, el ruidoso río que transcurre allá abajo, lejanamente silencioso, las nubes que lo acarician todo… Hay algo más, pero cuesta ponerlo en palabras.
El Machu Picchu es capaz de arrancarte unas lágrimas, como si sus piedras hermosamente talladas hicieran de catalizadoras de tus emociones. De pronto te giras y allí está. Lo has visto innumerables veces, en pósters, fotos, en la televisión. Son sólo un montón de piedras pero igualmente te tienes que apartar a un lado, sollozar en la intimidad.
Hay mucha historia detrás de esas piedras, pero la belleza del entorno trasciende incluso eso. La famosa ciudadela inka forma parte de la naturaleza, de la montaña. Como los árboles, como las flores, como los pájaros que cantan constantemente a tu alrededor. Las piedras están en simbiosis con el entorno. Hay muchas maneras de visitar el Machu Picchu pero la que se me antoja más adecuada es la de sentarse en un rincón apartado y cerrar los ojos.
Epílogo
El Machu Picchu también ha sido un nudo en nuestro viaje. Un desencuentro entre las espectativas y las realidades. Viajar con niños no es solo slow traveling, no es solo escoger actividades para ellos. Es también encontrarse con momentos donde tus intereses y los de ellas simplemente no coinciden. Momentos donde el cansancio acumulado del viaje surge de la peor manera posible. Momentos donde se produce un choque de egoísmos infantiles, los suyos y los nuestros.
Puede que el Machu Picchu sea el peor lugar del mundo para estar de mal humor. Pero también puede que sea el mejor para darse cuenta de lo necesario que es trabajar temas como la frustración, con las niñas y con nosotros mismos.
"Machu Picchu y el oro del inka" por Sin piedras en los bolsillos (familia Bosch-Pérez) se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Impresionantes las imágenes y el relato, y a pesar de las dificultades estáis fantásticos en la foto de família. Un abrazo.
Xose , tot i que no escriguis totes les sensacions se t’entèn tot. Experiències en tots els sentits i per a tots els sentits.
Machu Pichu és un dels llocs que desitjo amb bogeria poder-hi anar algun dia i segur que les meves percepcions, si hi puc anar, seran similars a les que expliques. Recordo les dues llàgrimes que em varen caure quan varem arribar a les piràmides de Giza a El Caire ja fa anys i també les sensacions molt especials quan dalt de la piràmide de Cichén Itzá al Yucatan, podiam veure la immensa selva que la rodeja.
Civilitzacions singulars rodejades de misticisme que conflueixen també en el caràcter del Machu Pichu.
En qualsevol cas, i tot que sembla endevinar-se algun petit conflicte d’interessos amb la Jana i la Bruna al Machu Picchu, com sempre en les fotografies només veiem felicitat.
Jana una forta abraçada, ja fa dies que no m’expliques res. Bruna un petonas, segur que ja t’has fet gran amb tantes experiències juntes. Silvia i Xose, molts records. Us seguim amb la joia de veure la felicitat que despreneu.
Una abraçada a tots.
A mi me pasó un poco como a vosotros… que hay algo en ese lugar pero que no sabes cómo describirlo, cómo ponerlo negro sobre blanco, qué palabras utilizar.
Y que mas da! eso queda para cada uno no?
yo diría que es un lugar mágico!
Quin relat més maco….i quines fotos! impressionants i imponents. Malgrat l’epíleg esteu fantàstics! M’agrada veure-us. La Jana i la Bruna cada dia més grans, uauuuuuuu!!!!!!!!!! Petons enormes